domingo, diciembre 4

Ya me ordené en mi desorden.

Yo no sé si esto va a terminar con mucha coherencia, yo no sé si voy a encontrar las palabras exactas para decir lo que quiero sin decirlo todo. (Tampoco es cuestión de cometer un sincericidio vía blog.)

Pero cuando es diciembre y de repente la vida te sonríe, o vos le sonreís a ella tenés ganas de gritarlo (más cuando pasas veintidós horas del día quejándote).
Tengo el alma llena y dan muchas ganas de gritar.
Tengo el corazón repleto de abrazos y sonrisas y entonces suspiro. 

Supongo que es el tiempo de valorar eso que nunca valoro. Es hora de aceptar las cosas tal y como vienen.
Porque sí.
Esta vez no tengo de qué quejarme.
En realidad seguro que motivos puedo encontrar, pero esta vez no los quiero encontrar.

Me importa poco que la nostalgia insista en querer entrar, hoy no. No importa cuántas veces la tristeza y la nostalgia golpeen la puerta, hoy no.



Sería bueno encontrar una forma de hacer que este momento dure por mucho tiempo más, pero
que dure lo que tenga que durar.