lunes, agosto 29

todo en orden



Uno de los últimos días de Agosto, más precisamente el último domingo. Hacía algo de frío, había sol, más exactamente ese sol que hay las primeras horas de los días de verano... ese que abriga pero no molesta. El tren pasaba cada veinte minutos, y recuerdo bien que las calles eran diagonales y muy angostas. Me hizo pensar, de pronto, en alguien enamorado en una de las esquinas de otro alguien en la esquina opuesta. Sin embargo, no había nadie más. Había paz. Solamente se podía escuchar el ruido del viento chocando con los árboles y algún que otro auto pasar. Me hizo acordar a Rosario. No sé muy bien si las callecitas, o si las viejas veredas, pero por sobretodo la calma de ese lugar. Me hizo acordar a mí, de chiquita o quizás me hizo acordar a la calma de antes. Esa calma que supimos tener pero no sabemos conservar, se resumía a un paisaje lejos de mí (lugar). 
Nosotros estábamos en un lugar que todavía no terminaban de edificar. Era enorme y parecía salido de una película de terror. El sol sabía golpear los grandes ventanales, entrar y rebotar en la cerámica gastada del suelo. El techo estaba alto, y había escaleras de cemento. Se había iluminado el lugar de una manera justa. 
Me acerqué a la puerta y asomé la cara por el gran ventanal que hay en ella. Lo único que vi fueron arboles, las vías del tren, las calles tranquilas y dos autos pasar. Pero fue suficiente porque el día parecía querer transmitir (me) paz. 
En la vereda de en frente había un señor sentado en una silla. Tenía unos cuántos años, y unas cuántas canas (pero no tanto como sus años) Parecía muy tranquilo, estaba satisfecho de estar ahí. Pero a la vez parecía estar en otro lugar, parecía no importarle nada. Él no hacía más que observar, imagino que estaba recordando cosas, tal vez personas... o quizás solamente estaba enamorado, un poquito, de los días así. Y yo seguramente en algún momento no pude entender qué era lo que tanto le llamaba a estar ahí. Lo que sí pude descubrir es la felicidad que había en su rostro. Sentí que él estaba en donde quería estar, haciendo lo que quería hacer y disfrutando de, vaya uno a saber, cuántas pequeñas cosas. 

Me quedé unos minutos más. El viento me pegaba de lleno en la cara y me revolcaba el pelo. No se escuchó ningún ruido más y yo de pronto elegí estar en Rosario por un momento. Volví a tener unos cuántos años menos, volví a sentir paz y regresé. Viajé a las tardes en la costa y pensé. Que todo lo que había pasado hasta ese día no había sido nada, que todo lo que faltaba vivir lo desearía hacer con esa calma. Estaba como quería y no me quería ir. Me quedé unos cuántos ratitos más y pensé en recordar esos cinco minutos. Pensé en escribir esto, y no olvidarme nunca de buscar unos ratitos de calma.