miércoles, enero 12

Calmas y tormentas

Mirando a lo lejos parece que el río y el horizonte fuesen uno. No faltaba mucho para que acabara la tarde. El gris plomizo de las nubes se fundía en el marrón claro del agua.
Todo estaba en calma.
Ni el agua se movía en la orilla, donde el río se hace barro.
Algunos años atrás, cuando las aguas no estaban tan contaminadas, a esta hora las familias se demoraban en irse luego del pic-nic del domingo.
Es increíble como cambia todo.
La última vez era tan distinto; el río, los árboles, las piedras.
Me senté en una piedra a un par de metros del agua. Desde ahí con la vista al río parece que no hubiera nada más en el mundo, solo la extensión marrón interminable y yo.
Hay muchos que piensan que nuestro destino ya esta escrito, que ninguna de nuestras acciones es fruto del azar, que nada de lo que hagamos puede modificar nada. Me cuesta creerlo.
Me cuesta creer que toda esta confusión es producto del destino.
Me gustaría que mi todo volviera a estar en orden, tranquilo como esta el río.
No sentirme tironeado por obligaciones y deberes que no sé si son correctos.
Pero ¿qué es lo correcto?
El viento se levanta con fuerza, el río, antes quieto, ahora se agita y me moja los pies. Vuelan hojas y ramas. Tengo que irme antes de que llueva si no quiero empaparme.
Tal vez así sea mi destino. Calmas y tormentas.

En el fondo todos sabemos que en la tormenta más desesperante, en lo más oscuro y peligroso de ella siempre encontramos algo o alguien que sea nuestra calma. Por un segundo, por unos días, toda la vida… pero esa pequeña calma convierte en lo más insignificante la tormenta que parecía  terminar con nosotros o querer hacerlo. Dicen que cuando crees encontrarte en el final, recién ahí es cuando todo comienza, bueno, yo sé que cuando estoy en plena tormenta tengo esa calma, que parece magia y llega en el momento justo, en forma de amigos, de sonrisa, de momentos, de recuerdos, de amor, de una mirada, una palabra simplemente… pero llega.