lunes, marzo 1

¿Que te cuente algo?

Pues hombre, es que así de repente no se me ocurre nada.

Espera, que me asomo a la taza de café que hay sobre mi mesa, a ver si los posos resecos en el fondo me dicen el número de horas exacto que llevo intentando escribir un capítulo más de nuestra historia y no lo he conseguido (porque no te dejas). 
Bueno, ya te habrá comentado alguno de esos amigos que teníamos en común que estuve trabajando de musa de los sueños un mes, pero lo dejé porque el horario nocturno era incompatible con mis estudios. Luego me metí de figurante en una película de amor en la que al final los dos protagonistas acaban muertos (de la risa, porque les explotó el corazón. ¿Te puedes creer que me recordó a nuestros días felices y me puse triste sin querer?). Cuando el rodaje terminó yo me meti a autónoma y decidí hacerme probadora de carreteras yendo a cualquier parte en autobús. Me cogí mi maleta de cuadros y por el camino hacia Barcelona me dieron un premio como la mejor probadora de carreteras del país. Yo pensé que por fín valía para algo más que para encerrarme a escribir cosas tuyas (nuestras). Lo que pasa es que al final el abono de diez viajes se me gastó y terminé empachada de kilómetros que se quedaron sin recorrer. El último curro que he tenido hasta ahora ha sido como poema, especializada en desengaños. Y no se me daba nada mal, ¿eh? Escribir con el corazón a trocitos siempre fue más fácil que intentar poner una sonrisa falsa al teclear.
Y en lo personal y sentimental nada que no sepas: tu olor sigue estando impregnado en las paredes de toda mi casa y tu sonrisa sigue estando por todas partes. Aún no olvido que (me) ganaste todas las guerras y que te regalé todo el tiempo que tuve y el que no me daba tiempo a darte. 

Perdona, sé que has preguntado porque tu madre te educó muy bien y pocas veces tú pierdes las formas. 

Pero no sufras... no voy a molestarte mucho más.